Maui
Noviembre 22, 2018
Es 1996 y en mi prepa hay un chico que se llama Mauricio, va un grado adelante mío, yo voy en 5°; como taller optativo estoy en la estudiantina y él en teatro, a veces, cuando toca ensayo paso al salón y me quedo a ver.lo.
Mauricio tiene la sonrisa más hermosa que vi en mi vida, y aunque lo que a él le gusta son Las Letras está en Área II (Ciencias Biológicas). Él es el tipo de chico que muchas quisieran de novio o amigo. Yo sólo quiero que sepa que existo.
Un buen día se acercó y me preguntó que por qué no me integraba al taller, y fue con esa pregunta que nos hicimos amigos; me gustaba tanto su mundo y ser su amiga que el siguiente año me inscribí al Taller de Teatro tan sólo para sentirlo cerca aunque para entonces él había comenzado ya la Universidad.
Sin importar que yo siguiera en la prepa y él en la carrera no dejamos de vernos, ir a su casa era mi día favorito, estar con él era ser feliz.
Es 1999 y Maui, como yo lo llamo, ama la lectura y estudia Letras en la Ibero, me invita a su casa y me lee cuentos, cuentos que él mismo escribe, sentados en la azotea lo escucho, y grabo con mis ojos de videotape esos momentos, me lee hasta caer el sol, luego me abraza.
Hay días que tan sólo nos recostamos en su cama y él acaricia mi pelo mientras hablamos de cosas que no recuerdo, quizá de nuestros sueños, de lo que queremos, de lo que seremos.
Con el paso de los años yo conocí a J y él conoció a N, con quien se casó y se fue a vivir a España. Fue un periodo de largo silencio en el que nunca le dije cuánto lo extrañaba, porque él era feliz y porque alguna vez me dijo que si yo era feliz él también se sentiría feliz por mí aunque no estuviéramos juntos.
El día de su despedida me regaló una foto donde escribió:
“Para Wendy:
Gracias por venir a mi despedida.
Eres un maravilloso pensamiento”.
Aun conservo sus fotos, el antifaz del unicornio-monstruo que me regaló, la poesía de sus palabras, la carta del 97 desde Illinois, donde ─dicho por él─ vivió la experiencia más maravillosa y horrible de su vida; el palo de lluvia que me dedicó un 8 de enero, pero sobre todo conservo en mi memoria aquellas tardes sentados en la azotea de su casa mientras caía el sol.
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Diciembre 22, 2018
Hoy como tantos otros días no he dejado de pensar en ti, quizá sea momento de volver a tu casa y no aplazarlo más.
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Febrero 17, 2019
Soñé contigo y al despertar tuve la sensación de que no había sido un sueño, y de que el sueño era la realidad, que nunca te fuiste, que estás aquí.
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Mayo 16, 2019
Mañana.
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Mayo 17, 2019
Bajé del autobús y como en los viejos tiempos recorrí el camino a tu casa, jumper azul, calcetas blancas, zapatos negros… En una calle me pierdo, no tardo en darme cuenta y rectifico, regreso a la esquina, avanzo a la derecha, doblo a la izquierda y veo tu casa, desde la esquina puedo ver que me esperas mientras me saludas desde el balcón y me dices que ahorita bajas.
Me siento ansiosa, ya quiero abrazarte, a través del acrílico puedo distinguir tu silueta que se acerca, abres el zaguán y respiro profundo, te miro y sonreímos, luego escucho tu voz: ‘Weeendyyy’, abres la reja, me besas, me abrazas, me invitas a pasar, cruzamos el patio de baldosas verde agua, subo la escalera y es ahí donde me trabo de nostalgia porque veo frente a mí ‘la escalera al cielo’ como yo la llamo, y entonces nos recuerdo en la azotea, me lees cuentos, TUS cuentos, me abrazas, vemos el sol caer… De repente tu mamá me dice ‘Si quieres subir, sube Wendy’, acepto y subo a la azotea, no estás, ¿a dónde te fuiste…?
Bajo a tu casa y antes de entrar veo de reojo el estudio y tú estás ahí, hay papeles sobre el escritorio, estás buscando tus cuentos, yo te espero sentada mientras te observo, observo tus manos, tus gestos… Tu mamá me espera, entro a la sala, y le entrego un ramo de flores blancas, agradece y va a la cocina por un florero; cambiaron los pisos, tu habitación está abierta y lo primero que noto es que quitaron la alfombra y que el balcón ya no está. Miro la repisa del hogar, está llena de fotos, en casi todas estás tú. Tu mamá vuelve con las flores y las pone en la mesa de centro, me da una foto tuya y charlamos por horas, tu hermano me saluda y conversa conmigo, luego de un rato se despide porque va a trabajar, me da el pésame por la muerte de mi padre, ‘No hay palabras para esto, transitamos por el mismo camino’ ─le digo─ me abraza y asiente mientras le digo que yo también lo siento, agradece mi visita y me invita a volver.
Está atardeciendo y afuera llueve, debo irme a casa, pero antes tu mamá me permite pasar a tu cuarto; entro, miro tu cama, tu antigua cajonera, tus fotos, dibujo en mi mente el balcón; nunca entré si tú no estabas, estar aquí, sin ti, es extraño.
Antes de irme le pregunto a tu mamá por ti: ‘¿Dónde está Maui?, quiero despedirme de él’, se detiene y me ve, su mirada me devuelve ternura, abre la puerta de vidrio y saca una urna azul zafiro, hermosa, ligera… la tomo en mis manos, te abrazo, te beso, te beso mucho, y llorando te digo ‘Te quiero Maui‘.
Afuera sigue lloviendo.