El doble exilio
Soñé que te soñaba.
Y, a pesar de ese doble exilio injusto
que obliga al sueño a desconfiar del sueño,
nunca te vi más alta y más presente;
nunca en la vida fueron
tus ojos más profundos,
tu andar más firme, tu perfil más tierno.
Miré una luz sin pausa, un cielo inmóvil,
un puerto del silencio
frente a un mar de palabras, incesante.
En ese puerto, un pueblo de gaviotas,
una invasión de alas…
Cada ala llevaba una pregunta.
Y, con sólo callar, las contestabas.
Era un tiempo sin horas, una plaza
donde no encontraron nunca años ni siglos.
Un sitio del que no se descendía
por la escalera abstracta del minuto.
Una serenidad del aire sin aire
en la que respirar hubiera sido
engañarte otra vez, negar tu muerte.
Me contemplabas y me sonreías…
Era la vida, así, como la aurora
de un sueño en el ocaso de otro sueño.
Y ahora, al despertar, pienso de pronto
si te soñó mi alma
o fuiste tú, en el límite de nuestro doble exilio,
quien soñó que mi alma te soñaba.
Jaime Torres Bodet