La casa rota

Me despertó un ruido extraño, uno que en la casa nunca antes lo había escuchado; el gato, que estaba al lado mío, dormía apacible, por lo que presté mucha atención debido al miedo de que alguien ajeno hubiera entrado. Luego de un rato pude identificar que el ruido provenía del piso de abajo; me senté en la cama, me levanté sin calzarme y avancé despacio, primero el pasillo, luego la escalera y en cada escalón el latir del corazón, tan rápido y tan fuerte que imaginé que quien fuera que estuviera abajo podría escucharlo, más no fue así.

Al llegar a la planta baja, comprobé que no había nadie, que los únicos que estábamos en casa éramos el gato, yo y el ruido. Era como el crujir que se escucha cuando tiembla, ese desgarro que viene desde lo profundo de la Tierra; de pronto, la casa comenzó a moverse, mi peor pesadilla estaba sucediendo, temblaba y yo estaba dentro. Como pude llegué a la puerta y salí.

Afuera todo estaba en calma, con esa quietud de los domingos por la tarde frente al televisor encendido donde se gestan de a poco las ganas de dormir. Nada se movía, ni el piso, ni los cables, ni las hojas de los árboles, nada. Lo único que sé tambaleaba era mi hogar, el único que tengo. 

Desde lejos ví nacer una grieta que surgió de la habitación donde hace unos instantes dormía, dibujándose como un rayo hasta llegar a los cimientos. Luego, un crac y la casa quedó de lado, rota.

Han pasado dos días, sigo afuera, sentada desde la esquina contemplo la casa rota, por momentos dudo si estoy en un sueño o si es real. Me pregunto si podré habitarla de nuevo, o si es momento de lanzar la llave a la coladera que está al cruzar la calle.

El gato, se quedó adentro.

Porque todos los finales
Son el mismo repetido
Y con tanto ruido
No escucharon el final.

Verano fatal

Conozco ese lugar, comemos galletitas fritas que tu madre prepara en el momento, la cocina es pequeña, es un pasillo apenas, al fondo hay una puerta que conecta con el patio trasero que también es pequeño pero donde toda la familia entra, incluyendo.me.

Qué linda noche aquella del asado, «¿Quién quiere más chorizo?» ― pregunta Hugo ―, «¡Yo!» levanto la mano y grito desesperada mientras mastico el bocado de chorizo que aun no termino y sostengo en la otra el resto del embutido. Todos ríen, complacidos por el gusto con el que me ven comer.

¡Qué verano aquel!, con ese enero de casi 30° y la camperita puesta.

True love will find you in the end

Han pasado los años y hay una página que no puedo resolver, Wally en la ciudad. Lo encontré en el shopping, lo encontré en el aeropuerto, en la playa, pero en la ciudad no lo encuentro, sé que los nervios enceguecen pero no lo encuentro, y entonces me pregunto, si aún cuando sé a quién estoy buscando no lo encuentro, cómo voy a encontrar al que estoy buscando si ni siquiera sé cómo es.

Medianeras

Y creí que lo encontré, y me sentí en calma.

El doble exilio

Soñé que te soñaba.

Y, a pesar de ese doble exilio injusto
que obliga al sueño a desconfiar del sueño,
nunca te vi más alta y más presente;
nunca en la vida fueron
tus ojos más profundos,
tu andar más firme, tu perfil más tierno.

Miré una luz sin pausa, un cielo inmóvil,
un puerto del silencio
frente a un mar de palabras, incesante.
En ese puerto, un pueblo de gaviotas,
una invasión de alas…
Cada ala llevaba una pregunta.
Y, con sólo callar, las contestabas.

Era un tiempo sin horas, una plaza
donde no encontraron nunca años ni siglos.
Un sitio del que no se descendía
por la escalera abstracta del minuto.
Una serenidad del aire sin aire
en la que respirar hubiera sido
engañarte otra vez, negar tu muerte.

Me contemplabas y me sonreías…
Era la vida, así, como la aurora
de un sueño en el ocaso de otro sueño.

Y ahora, al despertar, pienso de pronto
si te soñó mi alma
o fuiste tú, en el límite de nuestro doble exilio,
quien soñó que mi alma te soñaba.

Jaime Torres Bodet